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Las monarquías europeas se contagiaron de un peligro común desde el momento en que la reina Victoria I de Inglaterra dio a luz a nueve hijos fruto de su amor con el rey consorte, el príncipe Alberto. La reina, quien era portadora del gen de la hemofilia, legó esta maldición a tres de sus hijos. Estos la continuaron a lo largo de la Historia debilitando la sangre azul de la aristocracia europea.

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