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Cuando era un estudiante en la Universidad de Harvard, Robert Sackstein empezó a tener contacto con los trasplantes de médula ósea; entonces constató que uno de cada cuatro pacientes que recibían el tratamiento moría al poco tiempo, al producirse un fallo en el injerto: las células trasplantadas no encontraban su camino por el torrente sanguíneo hasta la médula ósea.

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